Una institución que apuesta realmente por la inclusión lo primero que debe hacer es identificar posibles barreras que dificulten el aprendizaje para, a continuación, implementar las medidas necesarias para minimizarlas. Aquí es cuando entran en juego los medios y el personal adecuado (tanto en número como en formación).
Teniendo en cuenta todos estos aspectos, estas son algunas de las características de la escuela inclusiva:
Se centra en las necesidades de los alumnos, ofreciendo a todos las mismas oportunidades educativas, así como las ayudas para su desarrollo.
Para garantizar la participación de los alumnos, una escuela inclusiva debe promover ambientes de aprendizaje.
Combina el trabajo en equipo con el individualizado para adaptarse a las necesidades de cada estudiante.
Fomenta la colaboración, la empatía y el respeto.
Los valores inclusivos se deben desarrollar en toda la comunidad educativa, no solo en un aula. Por eso es básico la colaboración de las familias.
Siempre hay que tener en cuenta
que la diversidad, lejos de ser percibida como un problema, es un aspecto
enriquecedor para todos, en la que los niños aprenden unos de otros sin
importar sus características. Se educa teniendo en cuenta la diferencia, dando
a conocer la individualidad de cada uno y destacando las particularidades como
algo enriquecedor que beneficia a todo el grupo.
En definitiva, la idea de la
escuela inclusiva combina el derecho a una educación para todos con el respeto
por la diversidad, las diferentes culturas, orientaciones sexuales o capacidades.